En Nanacamilpa, Calpulalpan y Españita, al poniente de Tlaxcala, para cultivar la tierra hay que esperar lo que dicte el cielo. La cosmovisión de los agricultores dice que las siembras empiezan el 21 de marzo con la llegada de la primavera y que serán las lluvias de esta temporada las que permitan el cultivo.
La siembra principal es el maíz nativo, aunque también se planta frijol, haba, calabaza, trigo y maguey. Incluso llegan a conservar las arvenses, comúnmente conocidas como “mala hierba” o “maleza”, que en otros tipos de agricultura son eliminadas con plaguicidas.
Cultivar diverso en un mismo campo (policultivo) y no utilizar plaguicidas parecía la contraparte de la agricultura moderna. A diferencia del trabajo industrial que se realiza en los monocultivos de aguacate en Jalisco o los extensos sembradíos de soya en Campeche para generar grandes producciones, en estos municipios de Tlaxcala se siembra diverso para consumir y comerciar de manera autónoma.
Pánfilo Hernández Ortíz, agricultor de la localidad Vicente Guerrero, municipio de Españita, recuerda que, desde antes de que él naciera, entre los campesinos de su municipio comenzó la inquietud por un mejor manejo de los cultivos. En la búsqueda tuvieron un intercambio con comunidades de Guatemala, donde escucharon por primera vez sobre la agroecología. Eran los años 80.
La agroecología es un tipo de manejo de la tierra “compatible con el medio ambiente”, explica Hernández Ortíz. Uno de sus principios es evitar el uso de plaguicidas.
Cuando hay alguna plaga, como la de chapulines que tuvieron hace años, no bañan los cultivos con pesticidas. En su lugar, aprendieron el ciclo de vida del chapulín e implementaron un plan de manejo para permitir que se alimenten de las arvenses que crecen a las orillas de las parcelas.
También han desarrollado técnicas para mejorar la fertilidad del suelo mediante zanjas, cuyos desniveles almacenan el agua y, con ello, la humedad de la tierra.
“Los fertilizantes y los pesticidas son conceptos que se manejan más en una agricultura industrial, convencional, de agronegocios”, dice Pánfilo Hernández, quien pertenece al Proyecto de Desarrollo Rural Integral Vicente Guerrero, mejor conocido como Grupo Vicente Guerrero, integrado por campesinos de la localidad y alrededores que están bajo el manejo productivo de la agroecología.
En marzo pasado el gobierno federal anunció que se posponía la suspensión del glifosato, uno de los agroquímicos contenido en plaguicidas que está científicamente estudiado por sus daños a la salud y el medio ambiente.
En un comunicado en conjunto, las secretarías de Economía (SE), de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) y la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) argumentaron que aún no existían las alternativas para sustituir el uso del glifosato en la agricultura mexicana.
“Tenemos que tomar en cuenta los contextos. No es una receta”, coincide Pánfilo Hernández sobre la posibilidad de que otras comunidades adapten su manejo del campo a la agroecología.
Sin embargo, apunta que las localidades implementan alternativas. Así como en Tlaxcala, también las hay en Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Michoacán, incluso los compañeros de Pánfilo han coincidido con agricultores de países como Nicaragua donde se aplica la agroecología.
Nueve mil plaguicidas
Cuando el gobierno mexicano decidió posponer la prohibición del glifosato argumentó que “continuaría con la búsqueda de alguna alternativa de herbicida de baja toxicidad”.
La prohibición se había dado desde el año anterior. En 2023 entró en vigor un decreto que prohibía la compra, venta e importación del glifosato a partir del 1 de abril de 2024.
“Lo primero que habría que decir es que no existe ‘la’ alternativa. No se trata de cambiar un herbicida químico por otro, sino de cambiar la estrategia de manejo y eso empieza por conceptualizar de otro modo el problema”, señala Fernando Bejarano, director de la Red de Acción sobre Plaguicidas y Alternativas en México (Rapam).
El glifosato se inventó en 1975 por la empresa Monsanto. Desde entonces es el herbicida más utilizado en la agricultura, silvicultura e incluso en actividades como la jardinería. Sin embargo, sus efectos a largo plazo están vinculados con cáncer, malformaciones congénitas, así como daños en el hígado, riñones y sistema nervioso.
Actualmente, en México circulan 9 mil 552 plaguicidas, de acuerdo con los Registros Sanitarios de Plaguicidas, Nutrientes Vegetales y LMR de la Cofepris.
Del total, 180 contienen glifosato, lo que representa un 1.8%, a pesar de ser uno de los más utilizados. Sin embargo, no es el único. La atrazina, comercializada en 170 plaguicidas; el glufosinato de amonio, en 68 productos; el paraquat, en 94; y el 2,4-D, en 230 pesticidas también han sido estudiados por sus niveles de toxicidad.
“Es un problema porque no es de acceso público el saber cuánto, cuándo y dónde se usan (los agroquímicos). Es una ausencia que pensamos que debe de mejorarse con un sistema nacional de acceso público para conocer el uso de plaguicidas, en especial los altamente peligrosos, y después poder monitorear comunitariamente los compromisos de reducción del uso de estos agrotóxicos”, agrega Bejarano.
Hablar de mezclas
“Lo que hemos detectado a nivel de laboratorio con diferentes sistemas de prueba es que no sólo es un compuesto (glifosato) lo que ocasiona los daños, es la mezcla con otros”, explica Julieta Castillo, investigadora del Laboratorio de Genética la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex), quien ha trabajado desde hace años estudiando las afectaciones de agroquímicos a trabajadores.
En el centro del país, el Estado de México tiene una variedad de más de 100 flores. Lo que ha posicionado a la entidad como uno de los principales productores en floricultura que, a diferencia de la agricultura, no puede sustituir a sus trabajadores por actividades automatizadas. Desde la siembra hasta la cosecha, la labor es manual.
La producción se concentra al sur, en los municipios de Villa Guerrero, Tenancingo y Coatepec Harinas, donde destacan los cultivos de crisantemo, gladiola, clavel y rosa.
“En los invernaderos se fumiga con litros del compuesto en cuestión, que por regla son mezclas de plaguicidas… Los que aplican el fumigo eventualmente llevan una gorra o un mandil como equipo elemental, pero los que están haciendo otras actividades no llevan nada. El asunto es que fumigan a la planta, pero también a toda la cuadrilla de trabajadores que anda por ahí”, describe la investigadora Castillo.
Como parte de los estudios que ha realizado, Castillo destaca los daños genotóxicos, que se refieren a las afectaciones al ADN. Uno de ellos son las malformaciones en los cromosomas que, entre las muchas afectaciones, adquieren una estructura diferente a la normal.
“Por cada evento de estos surge una mutación sin poder precisar si es favorable o desfavorable para la células”, señala la investigadora.
Asimismo, los estudios también han demostrado daños en la capacidad reproductiva. En los hombres hay una baja de espermatozoides con múltiples alteraciones morfológicas, lo cual se refleja en la fertilidad. Mientras que en otros casos surgen las malformaciones congénitas, las cuales han sido cada vez más frecuentes en municipios mexiquenses como Villa Guerrero.
De acuerdo con las investigaciones, los efectos también dependen de las condiciones. En el caso del Estado de México se han estudiado en floricultores que trabajan en espacios reducidos sin indumentaria para protección y haciendo uso de mezclas de plaguicidas. Sin embargo, esto no niega los daños que puedan experimentar agricultores que trabajan en los grandes monocultivos de la industria agrícola.
Un campo limpio
Un problema derivado del uso de agroquímicos ha sido la gestión de residuos. Los plaguicidas se venden en envases de plástico que sin un tratamiento adecuado terminan en suelos y cuerpos de agua generando daños al medio ambiente.
En México existe la Ley General para la Prevención y Gestión de los Residuos que en 2011 derivó en un plan de manejo enfocado a los agroquímicos. Uno de los programas dedicados a esta área es el de Campo Limpio, parte de Amocali A.C., una asociación civil creada por los fabricantes de estos productos.
Campo Limpio se basa en un plan de manejo afín a los lineamientos de la Semarnat y el Código de Conducta de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés).
Dicho plan contempla fases como un triple lavado posterior al uso para eliminar los residuos, el depósito en centros de acopio, el acondicionamiento de los envases y el destino final que permite generar materia prima para hacer nuevos. En cuanto a centros de acopio en total hay 71, aunque no siempre resultan suficientes.
“Al día de hoy nos hemos dado cuenta que la legislación quedó genérica”, señala el ingeniero Víctor Celaya, director general de Amocali A.C., quien apunta que en México las leyes han permitido que la gestión de residuos sea más un tema de voluntad que de obligación.
“Si tú observas una legislación como la brasileña o española, el 99% de los sujetos obligados participa. Ese es un tema. El otro tema es que la ley no contempló obligatoriedad al usuario para que tenga un recibo de comprobación de cuando lo compró y un recibo de comprobación de cuando lo devolvió”, explica Celaya.
El resultado es que actualmente sólo pueden recuperarse 25 de cada 100 envases de agroquímicos al año. Una cifra significativa pero distante de países como España que recupera 74 y Brasil, 95, de acuerdo con Amocali A.C.
Mientras que respecto a los distribuidores sólo tienen a 40 asociados al programa frente a los más de 2 mil 300 que existen en todo el país.
Víctor Celaya dice que Amocali A.C. no tiene una postura sobre el uso de plaguicidas, ya que se consideran sólo un mecanismo de gestión de residuos. Sin embargo, asegura que apoyan lo que se demuestra científicamente. Incluso tienen convenios con universidades para compartir una visión ambiental del manejo de envases a licenciaturas relacionadas con el sector agropecuario.
Mientras la prohibición del glifosato está pendiente, en Nanacamilpa, Calpulalpan y Españita, al poniente de Tlaxcala, para cultivar la tierra se implementan alternativas de agroecología, exista ley o no.
“Aquí en Tlaxcala los herbicidas los hemos visto en los monocultivos o en cultivos donde no hacen las prácticas culturales”, dice Pánfilo Hernández Ortíz.
Por su parte, Fernando Bejarano considera que más allá de las prohibiciones, lo que realmente es necesario es cambiar la forma de ver y manejar el campo. Empezando por las arvenses o “malas hierbas”, algunas de éstas comestibles como los quelites o las verdolagas.
“Pensar que sólo existe un solo producto dañino y no modificar nada del manejo es un enfoque erróneo. Se trata de cambiar el manejo del cultivo que permita recuperar también la biodiversidad y elevar la productividad fortaleciendo la fertilidad biológica del suelo. No encontrando otro agrotóxico que mate con la misma efectividad”, apunta Bejarano.
Comentarios (0)