Es 28 de septiembre de 2021, las olas se encuentran en calma. El plan de Román es regresar con una buena pesca como de costumbre. Antes de lanzarse al agua, realiza el ritual aprendido desde joven; revisa el compresor y ajusta las mangueras, pero al salir del puerto de San Felipe, Román avanza 80 kilómetros mar adentro junto a sus compañeros y se siente mal. Una de sus manos se entumece. Es el primer síntoma de una descompresión que lo dejará un año sin caminar y con secuelas permanentes.
Para Román Antonio Can el mar combinaba su pasión y su espacio de trabajo. Pescaba para sostener a su familia y era apneísta en sus tiempos libres. Su historia forma parte de la de más de cinco mil buzos descompresionados en el oriente de Yucatán, al sureste de México.
Todos tienen nombres distintos, edades diversas, pero una misma situación que les atraviesa: la evidencia es que las medidas de prevención actuales no son suficientes para proteger a los pescadores de arriesgar su vida en cada inmersión.
La mayoría de los pescadores no cuenta con seguridad social. Fuente: Itzel Chan.
Román, un caso que se repite en el sureste de México
Miles de pescadores se sumergen cada temporada en busca de langosta en el mar de Yucatán. Lo hacen con compresores rudimentarios que los mantienen bajo el agua por horas, pero estas máquinas también los condenan a una consecuencia silenciosa: la descompresión.
“Al pegar la lancha yo me bajé caminando, no sentía nada. Luego comprendí que cuando es la médula ósea no sientes ningún tipo de dolor y esas son las zonas peligrosas. Me llevan al hospital, me meten a la cámara hiperbárica. Salgo caminando por mi propio pie, pero luego dejé de caminar”, narra Román, integrante de la Cooperativa Pescadores Unidos de San Felipe y de la Federación de la Industria Pesquera de la Zona Oriente de Yucatán.
Durante 23 años de buceo Román Can sufrió 14 descompresiones hasta enfrentar una situación grave que lo marcó para siempre. Hoy sus piernas no responden al cien por ciento, necesita bastón y doble esfuerzo para caminar.
Román Can cuando era apneísta. Fuente: Cortesía de Román Can.
El riesgo, una constante
En los últimos 22 años, al menos cinco mil casos se han registrado en esta región de acuerdo con datos del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), dejando a hombres con secuelas permanentes, exiliados del mar y a varios más sin vida. Apenas este 7 de octubre falleció José Mendoza, de 24 años, en el puerto de Celestún.
Para ejemplificar el problema, Can explica que en la Federación de la que forma parte, integrada por cinco cooperativas de San Felipe, Río Lagartos y El Cuyo, hay cerca de 900 socios, de los cuales 800 son buzos. Asegura que todos han entrado al menos una vez a la cámara hiperbárica por un episodio de descompresión.
En parte es por el sistema de buceo semiautónomo tipo hookah (en México conocido como pesca con compresora) que pone en riesgo a quienes la practican. Se trata del uso de una bomba o compresor ubicada en la lancha, que mediante mangueras largas suministra aire directamente a los buzos mientras permanecen bajo el agua, pero cuando la presión no se regula adecuadamente o si el equipo es viejo, filtra aceite y aumenta el riesgo de descompresión.
Medidas gubernamentales insuficientes
Las descompresiones son un problema histórico en las comunidades pesqueras, así lo considera Lila Frías, titular de la Secretaría de Pesca y Acuacultura Sustentables de Yucatán (Sepasy). Sin embargo, reconoce que las acciones que promueve la dependencia resultan insuficientes frente a la magnitud del riesgo.
“Existen campañas educativas, pero es necesario reforzar la capacitación y el control en las comunidades pesqueras, así como ampliar las acciones de salud y concientización sobre los riesgos a los que se enfrentan; el combate a la pesca furtiva con penas más drásticas, ya que suelen ser los más expuestos a incidentes de descompresión”, resalta.
Sin embargo, de acuerdo con testimonios de pescadores, hasta el momento, la Sepasy no brinda formación teórica sobre prevención de riesgos, ya que confían en el conocimiento empírico de quienes se dedican a la pesca. Tampoco supervisan el estado de los equipos.
Los pescadores salen al mar sin que sus equipos sean supervisados. Fuente: Itzel Chan.
“La Sepasy sabe de este problema, y sabe que muchos no tienen equipos modernos, sino que tienen más de 20 años con ellos, pero cuando se abre la temporada de langosta, ni sus luces, no se aparecen por acá, nunca revisan nuestros equipos. Con otros programas sí dan motores o chalecos, pero descompresores no”, comenta José Daniel Perera, uno de los pescadores descompresionados.
Carlos Acevedo, implementador de proyectos en la Región de Grandes Islas de la organización Comunidad y Biodiversidad (COBI), subraya que las lesiones, discapacidades y muertes por descompresión son una realidad latente en muchas comunidades mexicanas, aunque pocas veces se documentan.
Confirma que la falta de supervisión de equipo de parte de las autoridades multiplica las probabilidades de accidente. Al respecto, un decálogo para el buceo seguro hecho por COBI recomienda capacitaciones técnicas en comunidades, manuales específicos y espacios de intercambio de experiencias.
Para él, no basta con impartir capacitaciones técnicas porque urge un cambio en la mentalidad y en la percepción del riesgo, de lo contrario el peligro seguirá siendo parte del día a día.
“Si normalizas el riesgo, ya estás propenso a que te pase. No basta con saber la teoría; si la mentalidad no cambia, la percepción del riesgo tampoco cambia”, indica.
Pasos para la prevención
Para Acevedo, la prevención inicia con el reconocimiento oficial de quienes se sumergen cada día y desde COBI propone la creación de un padrón de buzas y buzos comerciales que permita gestionar y regular la actividad con justicia, además de formalizar la relación laboral con cooperativas y permisionarios mediante contratos que garanticen derechos básicos.
A pesar de que existe el Padrón de Pescadores que concentra a 12 mil 700 personas dedicadas a la pesca en Yucatán, los datos no están desglosados sobre quiénes se dedican al buceo o no.
En materia de seguridad, se plantea establecer un reglamento oficial de mantenimiento de equipos porque a la fecha no existe. Muchos accidentes derivan de compresores en mal estado, cuyos aceites, al evaporarse, son inhalados por los buzos y provocan intoxicaciones.
“El aceite del compresor, cuando se evapora, puede ser inhalado y provocar intoxicaciones. Un compresor más seguro puede disminuir el riesgo, pero sigue siendo un riesgo”, enfatiza Acevedo.
Para el especialista el problema es nacional y complejo, y no se resolverá sin la participación de todos los sectores.
“Urge el involucramiento de la academia, de organizaciones de la sociedad civil, del sector pesquero y salud, y de la Secretaría del Trabajo. Si no, no se va a resolver”, afirma.
La propuesta ideal, desde la visión de Lila Frías, es que los pescadores usen equipos certificados consistentes en trajes de neopreno, tanques de oxígeno, reguladores y dispositivos de monitoreo de profundidad y tiempo, aun cuando los pescadores han mencionado que esto no les resulta redituable por los altos costos.
La funcionaria estatal atribuye que las descompresiones se dan por la falta de recursos especializados, la escasa regulación y supervisión en el pasado, así como la prioridad que durante mucho tiempo se dio a la productividad por encima de la seguridad.
En la clínica de Tizimín llegan a recibir hasta 10 pescadores descompresionados en un día. Fuente: Itzel Chan.
La descompresión: un riesgo de trabajo
Diego Juárez, médico operativo de Salud en el Trabajo, en la Unidad de Medicina Familiar 60 Mérida del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), confirma que los pescadores se exponen a presiones atmosféricas anormales durante sus inmersiones, por lo que las descompresiones deben reconocerse como un riesgo laboral.
La NOM-014-STPS-2000 reconoce que las actividades de buceo comercial implican exposición a presiones ambientales anormales y, por tanto, deben considerarse riesgos de trabajo.
Por lo tanto, el médico especifica que la norma obliga a los empleadores a garantizar condiciones seguras mediante exámenes médicos periódicos, capacitación, planes de emergencia con acceso a oxígeno y cámaras hiperbáricas, así como equipos en buen estado y con mantenimiento documentado.
Añade que la Secretaría del Trabajo no ha hecho cumplir estos lineamientos en el sector pesquero. La mayoría de los buzos artesanales carece de contratos formales, no tiene seguridad social, evaluaciones médicas ni infraestructura especializada cercana.
“Es una suma de factores que hacen que este sea un problema grave”, dice.
Factores detrás de la descompresión
La doctora Nancy Labastida Mercado, una de las responsables de la cámara hiperbárica de Tizimín, señala que la descompresión depende de múltiples factores, que si se tomaran en cuenta se prevendrán más casos.
Algunos son la profundidad, el tiempo de buceo, la velocidad de ascenso, el número de inmersiones, la temperatura, las corrientes y la distancia a la costa. A esto se suman riesgos personales como obesidad, edad, enfermedades cardíacas o pulmonares, consumo de alcohol o drogas, e incluso actividades físicas intensas.
“Por ejemplo, si el sábado y domingo tomaron y además bucearon toda la semana. O si se pusieron a pintar una casa, si jugaron futbol o béisbol, o tan sólo tener relaciones sexuales, eso los pone en riesgo constante porque sus cuerpos están sometidos a esfuerzos constantes”, explica.
De los cinco mil casos registrados en el IMSS sólo en esta zona de Yucatán, 2014 fue el año con más incidencia, reuniendo casi 400 y coincide con la temporada en que por última vez se otorgaron permisos para capturar pepino de mar.
La cámara hiperbárica de Tizimín
En Yucatán existen solo tres cámaras hiperbáricas, ubicadas en Mérida, Progreso y Tizimín. Esta última es la más utilizada porque concentra a la mayoría de pescadores de langosta del oriente del estado. Ahí los responsables son el doctor Juan Carlos Tec Tun y la doctora Nancy Labastida.
La principal razón de servicio es la descompresión. Labastida explica que se presenta en los pescadores que utilizan compresora o ‘hookah’ y ocurre cuando, tras pasar largos periodos bajo el agua respirando aire a presión, el buzo asciende demasiado rápido y los gases, principalmente, el nitrógeno, que se disolvieron en la sangre y tejidos forman burbujas dentro del cuerpo. Estas burbujas provocan desde dolor intenso en articulaciones y mareos hasta parálisis, pérdida de conciencia o, en casos graves, la muerte.
“Es un fenómeno grande. Hay eventos agudos que ponen en riesgo la vida, son urgencias que requieren el ingreso a la cámara hiperbárica de manera urgente. Las sesiones van de dos a seis horas, depende el caso”, relata la doctora Nancy Labastida.
Esta es la cámara hiperbárica que ha salvado miles de vidas en la zona oriente de Yucatán. Fuente: Itzel Chan.
Los doctores han activado un “Código Burbuja” para atender emergencias: el compañero del afectado da aviso a la cooperativa, se activa una alerta vía WhatsApp, se dan primeros auxilios y el paciente es trasladado de inmediato a Tizimín.
En este municipio, la cámara hiperbárica que llega a brindar hasta 10 servicios al día, se encuentra en el Hospital General de Zona con Medicina Familiar No. 5 del IMSS. Desde San Felipe, el traslado toma alrededor de una hora; desde Río Lagartos, 47 minutos; y desde El Cuyo, hasta una hora y media. Son los tiempos que los pescadores deben recorrer en plena emergencia.
La cámara hiperbárica de Tizimín fue instalada en 2003 y desde entonces se ha convertido en un salvavidas. En 2015, Ángel José Gamboa Patrón, de 55 años, ingresó por una grave descompresión. Hoy, con 66 años, recuerda que a lo largo de su vida vivió 12 descompresiones.
“Esta última vez que me descompresioné, la burbuja penetró en mi médula espinal, me inmovilizó medio cuerpo. Yo tardé para volver a caminar. Muchas veces me descompresioné, pero a veces no sientes nada en el fondo y es cuando sales que te da dolor o te empiezan a salir manchas moradas en el cuerpo y ahí es cuando dices: ya me fregué. La última vez que me descompresioné fue la buena, a mí me prohibieron ir al mar”, describe.
Ángel José camina con dificultad y tiene más de 10 años que no sale a pescar. Fuente: Itzel Chan.
En su patio conserva una lancha volteada, símbolo de la vida que dejó atrás y desde ahí describe que para su recuperación, compañeros pescadores lo trasladaban diariamente a Tizimín para tener su sesión en la cámara hiperbárica.
Ángel José vive aún con dolor de espalda, piernas y rodillas. Asegura que, aunque el gobierno del Estado sabe que en temporada de langosta aumentan los casos de descompresión, no hacen nada por brindarles mejor equipo.
Consecuencias por la falta de prevención
Mientras tanto, pescadores como José Daniel Perera, de 58 años, siguen expuestos a una descompresión. Él ha sufrido seis incidentes; en el último estuvo cerca de un año sin caminar.
“Cuando estuve sin caminar mi esposa empeñó mi camioneta, mi motocicleta y todo el equipo de trabajo para poder sostenernos en todo ese tiempo. Hoy tengo secuelas, camino como si estuviera borracho, pero sigo buceando porque hay que trabajar”, explica.
A sus 55 años, José Arsenio Marfil acumula cuatro descompresiones. La primera fue a los 18 años y la última hace menos de cinco.
“Se me estaba envenenando la sangre, me comenzaron a salir unas ronchas rojas. Ya estaba quedándome medio morado. Todo el camino venía respirando muy feo. El buceo es la pesca más difícil. Nos queda encomendarnos a Dios. Tenemos una capillita a la salida y ahí nos paramos antes. El día que tuve la descompresión la última vez, otro compañero buceó en el mismo sitio y también se descompresionó, pero él sí no sobrevivió”, relata.
Román continúa en el sector pesquero, pero ahora desde la gestión. Fuente: Itzel Chan.
Entre quienes tuvieron que retirarse a la fuerza queda la añoranza por el mar y las consecuencias físicas y emocionales.
“Yo más que soñar que no puedo caminar, sueño que no puedo pescar. Yo era muy bueno en lo que hacía. Entonces, hay días que sueño que estoy buceando. Después de que ya pesqué y tuve buenas capturas, como que se cruza el chip y te dice: ‘¿qué haces en el fondo del mar? Si tú estás lesionado’. Y es cuando viene la pesadilla de, ‘¿qué hago aquí?, ¿cómo salgo?’-. Pienso que voy a regresar a todo el proceso de cero otra vez y me desespero por todo lo que ya avancé”, comparte Román Can.
* Este artículo fue escrito por Itzel Chan, quien cubre comunidades costeras gracias al apoyo del programa Report for the World.
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