Reforestar el mar, los mitos que rodean el cultivo industrial de las algas marinas

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Cada año, las algas marinas cubren el Mar Amarillo de China. Un gran manto verde se extiende sobre el agua y la arena hasta alcanzar entre los 10 y 30 kilómetros cuadrados. El fenómeno se ha convertido en un atractivo para sus residentes que, habituados al crecimiento masivo de algas provenientes de los cultivos cercanos, acuden a nadar o tomar fotografías.

China es el principal productor de algas marinas cultivadas en el mundo, pero también importa desde otros países como Chile y Perú. Su obtención es importante para la industria de alimentos como base de la cocina tradicional en los países de Asia, pero su uso se extiende a otros sectores en el resto del mundo.

Las algas son importantes en la agricultura para obtener fertilizantes; en la industria de farmacéuticos y cosméticos para champús, jabones, cremas de afeitar, pastas de dientes, tónicos, espumas, entre otros; e incluso, en el sector energético, donde comienzan a promocionarse como biocombustible.

Durante la última década, el mercado de las algas marinas se ha extendido por Europa y Asia, con miras a crecer también en América, donde cientos de empresas se suman a cultivar, sumergir, cosechar y transformar toneladas de estos organismos. 

La industria ha recibido el respaldo de varias organizaciones civiles, instituciones de gobierno e incluso especialistas en la ciencia. Ven una posibilidad de “reforestar” los bosques marinos de macroalgas que se pierden por el cambio climático y la explotación humana, al mismo tiempo que se aprovecha su capacidad de captar carbono y contribuir en la reducción de emisiones de CO2 (dióxido de carbono). 

Sin embargo, las plagas de algas que llegan a las costas de China también han permitido estudiar el otro lado de la revolución verde. Cada vez son más las investigaciones sobre los efectos de la sobreproducción industrial que señalan daños al océano. Evidencia para que reforestar el mar no resulte más dañino que beneficioso.

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Algas marinas desde el fondo del mar. Foto: Jack Drafahl/Pixabay.

Un estudio a la industria

Desde el fondo del mar, los bosques de macroalgas simulan la forma de catedrales. En promedio alcanzan hasta los 30 metros de altura en búsqueda de los rayos del sol y hay más de 11 mil especies diferentes. Las más conocidas son kelp, sargazo, algas de roca, dulse y maraña marina.

Comúnmente se distinguen por sus colores rojizos, pardos y verdes. Y aunque las hay en agua dulce, los estudios sobre monocultivo industrial se enfocan en las del mar, donde se estima que pueden alcanzar áreas equiparables a los bosques y las selvas que conocemos en la tierra. 

Con la firma del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático en 2015 se abrió una posibilidad para un nuevo mercado de carbono al establecer la cooperación voluntaria para alcanzar objetivos de reducción de gases de efecto invernadero (GEI). 

Los mercados de carbono son sistemas comerciales para la compra-venta de créditos. Significa que las empresas o las personas pueden comprar el derecho por sus emisiones GEI y pagar por la generación. Lo que a primera vista podría parecer una medida útil para compensar la contaminación.

Sin embargo, en el estudio “El espejismo de las algas. El cultivo industrial no enfría el clima y daña la naturaleza”, elaborado por la organización internacional Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC Group), se analizan riesgos tras la masificación de estos monocultivos a través de cinco mitos. 

El primero es que las algas marinas no son sólo sumideros de carbono que puedan retener sin ninguna consecuencia.

“Todos los sistemas vivos respiramos, es decir, absorbemos oxígeno y emitimos dióxido de carbono. Hasta los bosques absorben y emiten dióxido de carbono... Entonces es una operación realmente especulativa decir que un sistema vivo va a retener el carbono (por completo), que de pronto va a detener todo lo que absorbió y se lo va a quedar”, señaló Silvia Ribeiro, directora para América Latina de ETC Group. 

El estudio se apoya en otras investigaciones para confirmar dichos mitos. Por ejemplo el elaborado por John Barry Gallagher, Victor Shelamoff y Cayne Layton, en el que se considera que si bien las algas pueden captar el CO2, los ecosistemas son productores netos de estas emisiones.

El segundo mito sobre el monocultivo industrial es que escalar la producción de algas sea benéfico para los ecosistemas marinos. De acuerdo con el estudio de ETC Group, la producción desmedida genera impacto en hábitats costeros, ya que al cubrir los mares, como ocurre en el Mar Amarillo de China, se impide el paso de la luz hacia el fondo marino y se incrementan los riesgos de asfixiar a comunidades biológicas que también son indispensables para la vida. 

Entre otros impactos se consideran cambios en los movimientos del agua, el desvío de nutrientes que perjudique a los corales, aumento de metano y carbono disuelto, contaminación, pérdida de diversidad genética y plagas.

“Si el ecosistema estaba degradado o empobrecido y hay una restauración, es bueno. Pero no en el nivel que están diciendo (las industrias), que están hablando de cientos, de miles, de hectáreas de plantación de algas”, aclaró Ribeiro. 

Como tercer mito se cita que las algas son biomasa rápida, ya que su crecimiento depende de la especie y las condiciones en las que se encuentre; el cuarto mito es que existe océano de sobra, cuando en realidad ya existe una ocupación por actividades y se requiere de una planeación oceánica para entender en qué regiones es factible cultivar; finalmente, el estudio posiciona como quinto mito que la industrialización es buena para las comunidades costeras.

En éste último punto, el estudio de ETC Group cita un manifiesto de Seaweed Commons, una red internacional de cultivadores en pequeña escala, científicos y defensores de las algas, que se posicionan contra la industria ante los riesgos ambientales y apuesta por los cultivos artesanales que incluyan a las comunidades. También abogan por más estudios sobre la industrialización.

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Bosques marinos. Foto: Isaac Mijangos/Pexels.

Lo mejor para las algas

En México, la mayoría de la producción que se realiza para materias primas está destinada a la exportación, al igual que en otros países de América Latina que envían a Asia. José Zertuche, investigador emérito de la Universidad Autónoma de Baja California, coincide en que dentro de la industria del monocultivo hay mitos sobre los beneficios de sembrar de manera masiva en el mar.

“No es fácil demostrar que las algas al final de este proceso (de cultivo masivo) realmente secuestran carbono. Si tú cultivas algas para aprovecharlas industrialmente, el carbono regresa a la atmósfera”, explicó Zertuche.

De acuerdo con el investigador, promover que las industrias aprovechen las macroalgas debería enfocarse en que los productos derivados tengan un impacto ambiental menor. Por ejemplo, producir alimentos a base de algas marinas más sostenibles que los generados por la agricultura tradicional. 

“Hay que pensar que el ecosistema, y casi todo en la vida, se desarrolla en flujos y el ecosistema tiene cierta capacidad de incorporarlos sin causar daño. Se vuelve un problema cuando se rebasan esas capacidades”, puntualizó.

En México, hay proyectos de pequeña escala como la reforestación de los bosques de kelp en Ensenada, Baja California, donde comunidades pesqueras y biólogos trabajan en un proyecto de reforestación para combatir la plaga de erizos morados; o en Dzilam de Bravo, Yucatán, donde los pescadores se capacitan para el cultivo y mejorar la economía. 

La necesidad de reforestar proviene de las afectaciones por la crisis climática como el aumento de las temperaturas en los mares. Una problemática que no es exclusiva de México y podría cambiar las motivaciones detrás del cultivo industrial para virar hacia una producción más acorde con el medio ambiente.

“Depende la escala. Efectivamente no hay una solución mágica, pero lo que tenemos que hacer es sustituir nuestras actividades típicas con técnicas y procesos más amigables. Y por otro lado, una cuestión muy importante es la reducción del consumo”, concluyó. 

 

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